El ritual de los saludos.
Un impulso viajero
nos convierte en astronautas de lo certero.
Ensayamos los abrazos a distancia,
la catarsis frente al ordenador,
el pan dulce cubierto por un repasador.
Nadar entre signos,
ahogarse antes.
El ritual de los saludos.
Un impulso viajero
nos convierte en astronautas de lo certero.
Ensayamos los abrazos a distancia,
la catarsis frente al ordenador,
el pan dulce cubierto por un repasador.
Nadar entre signos,
ahogarse antes.
Atrapo moscas
una y otra vez
hasta que mis alas
se transforman en oro.
La soledad es el tesoro del alquimista.
En lo humano
se agota lo novedoso,
en cambio
las abejas
encuentran
en la repetición de sus dones
la alegría
de no saberse
abejas.
ante lo que se sustrae
y me otorga la dicha
de habitar un paisaje
paralelo
a las vías del ferrocarril.
Un flor naciente
detuvo
la marcha humana
y se hundió en la memoria
de las estrellas.
Todo resuena
hasta acallar la soledad
de los pájaros azules
en los comienzos
de los cuentos de hadas.
Los príncipes y las princesas
descansan en sus sarcófagos de nácar.
La silla peligrosa
y el puente de las mil hojas
fueron subastados en los confines
del remoto reino del olvido.
Los castillos se incendian
tras la muerte del último poema.
Eso si,
aquietados por la compasión,
los guardianes del bien
se montaron a sus tablas de surf.
Quizá se trate
de un bosque
y miradas
de ida y vuelta
y tal vez
algo
de ese misterio
se encarne por un tiempo
en uno y en un otro
y ellos
integren una constelación
de significados.
Pero el bosque
se abre hacia al mar.
Vas a comprar unas cuantas cosas
a la verdulería de siempre.
(eso te caracteriza: la repetición).
El señor verdulero
pesa las papas, las paltas, las manzanas
y se equivoca en la suma.
Eso te beneficia,
pagás como si nada
(una voz te dice: algo estás haciendo mal)
y te ahorrás unos cuantos pesos.
La sensación es indescriptible,
es una mezcla de criminalidad y asombro.
Caminás unas cuadras con las bolsas del mandado,
el sol es arrollador,
la calle parece apañar el error hasta que llegás a una esquina.
Mirás a tu alrededor,
pensás por unos segundos,
que alguien te va a delatar.
Imaginate si por unos segundos, todas las sumas del planeta
se equivocaran
y esos miles de pesos chuecos se transformaran
en sonrisas,
o en una nueva camisa,
o en una flamante bicicleta,
o en un libro de poemas.
Uno espera ganarse la vida con honradez,
ir y venir del trabajo,
llegar a casa,
criar hijos.
De cuando en cuando,
unas líneas de fiebre
y unas píldoras recetadas.
Anhelo en silencio,
el derrumbe.
Tu ex
haciéndolo
sobre la mesada de la ex cocina.
Vos y yo,
pensando
cómo salir adelante
pero ya tenemos
una edad sin puntos cardinales.
No me hagas reir.
No hace falta.
Las viejas novelas policiales
suplantan las caricias.
Espero no escucharme hablar con las plantas.
1.
Óscar, el carnicero, conservaba en su heladera Heger de ocho puertas, el cuerpo sin vida de su amante.
Nada del otro mundo me digo, mientras mastico un trozo de carne asada y miro la expresión de terror del portero del edificio que no hace otra cosa mas que mover las manos como si estuviera a punto de reventar de un infarto. Cosa que no estaría mal, pienso, sería un placer ver cómo se estrellan las palabras contra los paredones de la indiferencia.
Nada siento, confieso, Óscar es un tipo diestro en el arte del cuchillo y en el degüello de las reses que durante años alimentaron los estómagos de los hoy horrorizados vecinos.
¡Qué barbaridad! escucho por ahí y aprieto los molares contra las estructuras tubulares de la carne cocida profundizando aún más las caries.
Nada por aquí. Nada por allá. Aparece la morguera abriéndose paso en el asfalto de los vivos. Achís. El código penal argentino es un largo poema mal traducido por los imitadores de Leopardi.
Dos forzudos abren una bolsa negra y cargan a la difunta apuñalada. Doce perforaciones profundas a la altura del tórax, apunta el forense. Buitre acostumbrado a la carroña que vomitan los leones.
¿Doce? pobre mujer, tremendo hijo de puta este Óscar, dice Laurita, una vecinita entrada en años que todas las semanas se agachaba debajo del mostrador del asesino para lamerle la tripa mirándolo a los ojos sin repetir y sin chistar mientras la garganta se llenaba de lava blanca.
No puede ser, nada es tan sincero como el canto del hornero. Hornero, hornerito, ¿quién es la más bella del reino?
Óscar está esposado. De espaldas a la avenida Congreso. Una caravana de sirenas en off salpican la cara multifacetada, un collage de alas azules, ofrenda preciada para los dioses del mal.
Allá ellos y nosotros porque Óscar es esa clase de sujetos que no cierra los ojos en el abismo.
Despacio... despacio. Vayamos por partes ¿Sabés qué encontraron los peritos de la policía en el negocio del carnicero?
Latitas de coca- cola repletas de pólvora y perdigones. Artefactos para la castración. Y algo más: unos estantes con libros, entre ellos uno sobre la estética nazi.
¿Qué me contás?
A los abismos hay que sofocarlos con otros abismos. Creo que es una fórmula efectiva para mantenerse en pie en el loquero.
Despierto a las 3 am, hora en el que el Cristo arrojó su último aliento de sangre y vinagre. No solo las heridas sangran, el hálito también. Eso lo saben los pájaros de fuego, aves ciegas que se orientan por las vibraciones de Orión. Aunque a veces, pierden el rumbo y se ahogan en las piscinas de los countries.
No te asustes, Laurita, tus hijos podrán disfrutar las bondades del capitalismo. Un piletero se encargará de borrar toda huella escalofriante y el cloro hará el trabajo nocturno. Cientos de metros cúbicos de agua estancada al servicio de los cuerpos productivos. Lo demás, se lo dejamos a Óscar.
2.
Emilio Heger es un alemán que vive en Villa Domínico. Su casa está repleta de herramientas y de cables de goma enrrollados como serpientes a las patas de la mesa del comedor. Mide casi un metro noventa y se viste con jardineros de jean.
Se dedicó desde que llegó de Alemania a fabricar heladeras comerciales bajo una modalidad artesanal la cual le dio un sello particular y único. Sus heladeras son piezas artísticas que se ajustan a los requerimientos de los clientes. No hay dos iguales. Los detalles abundan. Estructuras de madera talladas a mano, motores silenciosos, circuitos de serpentinas similares a sinogramas, hacen que sus máquinas sean buscadas por todo el país. Tener una Heger es similar a ser un dueño de un Torino o de un Ford Fairlane.
El tema de la funeraria empezó después del accidente cerebro vascular de la mujer de Heger, Noemí.
Un domingo a la hora de la siesta, Noemí, se desconectó de los treinta años de matrimonio con Emilio, de sus frustrados intentos de separación, de su vocación tardía por la pintura. Su cuerpo se desplomó en el piso de la cocina y dos horas más tarde, cuando Emilio salía de la siesta, se topo con una Noemí en estado de coma.
continuará...
Estás espléndida,
en esa fotografía.
Tus piernas cruzadas,
tus ojos,
lejos de las peceras.
A veces,
el corazón se enreda
en los tentáculos del mundo.
Estás espléndida
en esa fotografía,
creo no habértelo dicho nunca,
como tantas otras cosas
que huyen
de los esquemas del dos.
Abracadabra.
(envía tu rayo hasta la muerte).
No sabía que llorar en la ducha
era una buena opción,
Bradbury
lo detalló en un poema.
Tampoco imaginé
enamorarme de un autor
con tanta intensidad.
Hay rastros Bradbury
en la poesía de Bolaño,
hay huellas Ray
en Stephen King,
(sobre todo en La noche del vampiro)
hay pisadas Shakespeare
en los borradores de Ray,
hay un niño
entre ellos
temeroso de la oscuridad.
La luz de la luna
a las 4 a.m,
huelle a pastel recién horneado.
Estoy en el balcón
fumando,
desperté de un sueño
en el que nos abrazábamos
y tu voz
repetía
una y otra vez:
amor llegaste, amor llegaste, te estaba esperando amor.
Madres y padres
en las plazas
atentos a sus celulares
mientras
niñas y niños
juegan con armas de juguete
a matarse
como si
en ellos
algo estuviera de más,
quizá,
una niñez
inventada
en la ciudad de la tristeza.
Llegan los repelentes para mosquitos,
los protectores solares,
los pañales,
¡atención!
esto no
esto sí
cuidado con el sol
¿qué te enseñó mamá?
Hice mucho para llegar hasta acá,
no sé
que será de nosotros
entre tanta niebla.
Anoche
soñé que mis zapatos se derretían
y un colibrí
se apoyaba en mi nariz
era
un habitante del espacio intergaláctico
tal vez,
el último.
Las cosas no son como antes,
dijiste al pasar,
yo
con las compras en el bolso,
vos,
entre idas y vueltas.
Entonces,
abrí un libro de Bradbury
y me senté a leer.
Pasaron los meses,
todo fue de mal en peor.
Nos diluimos como una gota de tinta
en el mar.
Bradbury aquí y allá,
un amigo
al que uno puede llamar
a las 3 a.m.
oye, Ray, creo que ha muerto. creo que debo cambiar de trabajo y de casa. hacer un poco de ejercicio no viene nada mal. además dejé de extrañar los encuentros nocturnos, no los necesito. eso si, a veces, tengo ganas de escribir cartas en papel.
oye, Ray, tu cuento La carretera, es insuperable.
oye, Ray, tengo ganas de darte un abrazo.
No vas a volver.
'Te fuiste
sin despedirte de los juguetes.
Todo quedó en los embargos.
En los camiones de mudanzas.
En los abogados.
En vos
funciona otra ecuación:
no hay más amor, cariño.
para qué insistir.
Junto tus cosas,
en cajas
y las llevo al correo.
Ellos sabrán qué hacer.
Yo,
dejé el tabaco.
Las horas son actos de fe.
Cartomancia.
Los Arcanos Mayores
del Tarot de Marsella,
espejan
rostros pasajeros
de lo eterno.
El Loco,
contorsionista nato,
carga la bolsa
con la totalidad del Tarot.
El Mago,
tiene en su mesa
todos los elementos
y a la vez ninguno.
La Papisa,
remarca su palidez
ante el libro de la Vida.
La Emperatriz,
personaje temible,
si es que lo hay,
desnuda
el corazón del Enamorado.
El Emperador,
se apoya en un trono
sin reino.
El Papa,
el puente,
el comunicador,
el hacedor de un camino.
El Enamorado,
está azorado
ante la presencia
del ángel de la muerte.
El Carro,
la conquista,
el principe
que llega desde lejos.
El Ermitaño,
el sabio
que se aventura
a los caminos.
La Justicia,
la espada que corta
lo que esta de más.
La Rueda de la Fortuna,
la crisis,
los cambios,
dibujos de un horizonte
nuevo.
La Fuerza,
el control
de los instintos.
El Colgado,
la meditación,
podar el árbol familiar.
El Arcano XIII,
el cirujano alquímico.
La Templanza,
el ángel de la curación.
El Diablo,
lo instintivo,
lo profundo,
lo creativo,
el engaño,
el embrujo del sexo.
La Torre Dios,
el rayo,
lo oculto
sale a la luz.
La Estrella,
el lugar,
Ibis,
el pájaro sagrado.
La Luna,
la madre cósmica,
la necesidad
de aullar.
El Sol,
el hacedor de la Vida,
un salto hacia adelante.
El Juicio,
el nacimiento,
la aparición,
el llamado.
El Mundo,
la danza eterna,
los elementos
se reúnen,
todo vuelve a empezar.
Entre ellos,
tus preguntas.
Rata de agua.
Intuitiva,
astuta,
desconfiada,
leal,
trabajadora,
chismosa.
Incompatible con el Caballo,
buena amiga
del Perro.
Sobre la mesa
tres cartas:
La Fuerza,
El Diablo,
El Papa.
La Rata
pregunta:
¿Algo más?
Vas hacia lo profundo,
tu misión es comunicar.
Vas a encontrarte con miedos,
fracasos, trampas,
mentiras,
descomposición,
farsas.
Vas a regresar
una y otra vez
a tu dolor...
Hasta que el Diablo
libere a sus acólitos,
ellos
te sanarán.
¡Claro que sí!
En momentos difíciles,
vuelvo a la poesía.
Los poetas
son como un cielo estrellado,
uno puede encontrar
un abrigo
ahí.
De noche,
el farol callejero
se enciende
y veo
el contorno de un espejismo.
Somos caprichosos
lo sé,
somos ingenuos
lo sé,
somos torpes
lo sé,
somos un abrazo
debajo
de un puente,
lo sé.
¿No es extraño,
extrañar?
Hay gente en los parques.
Parejas de la mano
recreando el ritual
de lo efímero.
Nada que no hayas conocido,
una vieja película de terror
con actores de cera.
Lo original de todo esto
es que alguna vez,
hace tiempo,
el protagonista
sacudió un revólver plateado
sobre la pelvis
de la enamorada.
Un flash
del pasado,
deforma la escena
y nada es lo que parece.
¿o si?
la purezanecesitala intensidad del contraste.
Los ojos de Mayo,
se cierran
ante la muerte
de mi padre.
Fue un día
como cualquier otro.
Una fuerte tos,
la soledad de una habitación,
y el barrio del Once,
dieron
el golpe final
a un hombre
que lloró
día y noche
por amor.
Recuerdo
la última vez
que nos vimos,
él estaba acostado
con las manos enfundadas
en una manta de lana,
apenas movía el cuerpo.
El médico del geriátrico,
dijo
que mi padre
estaba grave
y que me prepare
para el adios.
El médico
hablaba con una indiferencia
casi teatral,
claro,
tantos años
entre viejos desdentados
y olor a pis...
Mientras lo escuchaba,
vi a mi padre
vestido
con un sobretodo color camello
cruzar una diagonal imaginaria
hasta el centro
de mi infancia.
Yo con doce o trece años,
él con cincuenta y pico,
su paso firme
y su mancha rojiza
en una de sus mejillas,
me hicieron
correr hacia él
para advertirle
que más adelante,
estaba el derrumbe
de toda una vida.
Él sonrió
y aceleró la marcha
dejando
una herida
que hasta hoy
sangra.