Fue pasar por esa vidriera
y detenerme
frente a un televisor
en el que se transmitía
un show de preguntas y respuestas.
Locutor y panelistas,
carteles con puntajes
y entre ellos,
tu cara en primer plano
junto a un reloj en cuenta regresiva.
Estabas espléndida,
tu pelo brillante,
tu maquillaje,
tu vestido de encaje.
Te veía
después de doce años
de lo nuestro.
En este lado de la pantalla
había al menos un televidente
que se había ilusionado
con eso del amor y la permanencia.
Al menos uno,
repetí,
como un matemático automatizado
por la supervivencia del más apto.
¿Por qué escribo con semejante torpeza?
Era solo pasar por ahí
y verte
y decirte que todo está perdonado.
Encendí un tabaco,
hacía un frío insoportable.