Pintar una pared
puede ser un acto rutinario,
como decir te quiero,
como ir de compras
como...
pero más allá
de la pared,
hay un espíritu
que necesita revolcarse
en otro medio
para expresar un color-dolor,
en este caso
blanco, verde o gris
formas
que nos abrigan del frío o del calor
de un espejismo.
Estoy frente a una pared,
yo mismo,
ahí
deteriorado
por tantos te quieros
encubiertos
por una red ferroviaria de premios y castigos,
locomotoras del infierno
si es que las hay,
con estaciones plagadas de seres desconocidos
u olvidados
¿qué mejor que unos lentes oscuros?
y vamos,
vos, yo,
pincel el mano,
blanco que chorrea
el esperma de la dicha
y los aullidos de una vida
que nos dice,
ahí pasa un tren,
la víspera
de eso que llamamos
felicidad,
un par de zapatos nuevos
que nos permiten
salir
de los otros,
como caballeros medievales
en busca de aventuras,
sucesos
que acontecerán de por si
porque la pared,
el alma,
la vida,
son puentes colgantes
que van del más allá
al más acá
como una tormenta
que nos obliga a refugiarnos
y de repente
viene hacia nosotros
y a los saltos
una rata gris
de cola larga
y ante la magnitud del regalo
huimos despavoridos
para no escuchar el chillido
del roedor
hambriento.
Estoy ante una pared
descascarada,
ante la inmensidad de un cielo
sin estrellas,
ante mi mismo,
ahí
pincel en mano,
brocha desordenada
por la constante e imperiosa
sin razón
y me dice
esa inmensidad
que necesita de mi para curarse
como yo de ella
y transformarnos en un centro imaginario
donde
alguna vez
vos
y yo
estuvimos de acuerdo
(o eso nos dijimos)
y mientras veíamos
llegar a los temerarios del silencio,
vimos al gran Vallejo
cruzar
las vías del tiempo
e internarse en lo profundo
de un relámpago.
Entonces,
pinto.
jueves, 12 de marzo de 2020
lunes, 9 de marzo de 2020
Jerga
Tiempo,
puedo sentarme en la silleta del balcón
y ver como los tilos
empiezan a sudar otoños,
nervaduras sin clorofila,
sólo la dignidad de la luna
empujando las olas
como quien espera en la estación
el fantasma diésel de una locomotora.
Despunta el alba,
las camas van quedando vacías,
sábanas revueltas
por las máquinas de lavar,
nada más real que un abrazo,
me dice una voz.
¿Oís?
No creo en los poetas,
pero sí en la poesía,
ráfagas que aparecen
como un cosquilleo en las manos,
"¿a quién llamar?"
Queman,
los diez dedos,
las diez almas,
los diez secretos
¿Diez?
Recuerdo,
la guitarra que se estrelló contra el suelo,
cuando tenía ocho años,
de ahí quizá,
mi sordera hacia los instrumentos,
la panza se abrió,
con una cuchillada seca de silencio.
Era un regalo de mis padre:
"Mi hijo, el doctor"
Gran fracaso,
pocas recompensas
por andar a pie en las autopistas.
"¡Se llega!, ¡Se llega!"
grita el hornero,
apodo de tal...
uno se trenza
con una mantis
a todo o nada,
para encontrarse
alguna vez
ahí,
entre esos brazos que hacían que el mundo
cobre un sentido,
unos segundos de eternidad
más acá o allá,
no importa
pero unos segundos al fin.
Guitarra suicida,
casas perdidas,
perros muertos,
sopapos
airosos
domingos sin manteles
apenas un lugar para rezar.
Con el paso de los años,
conocí escritores
que hablaban de sus libros
y de sus bibliotecas,
volúmenes ordenados
por obsesiones ingeniosas:
laberintos,
traiciones,
sistemas,
venenos
y detuve el afán de saber más
porque si algo me aturde
es la pasión con prisión
domiciliaria.
¿Cuánto espacio necesita la asfixia?
Las deudas
son mis candidatas favoritas,
ellas se enamoran al instante,
les agrada pasear en automóviles
y hacen el amor
aún estando resfriadas.
Podría continuar en el poema,
imaginarme
en la cama de un hospital
atado
a la espera de la dosis letal
o bien
subrayando un libro de caballería medieval
y enterarme ahí
que la reina Ginebra
fue raptada,
o saber que al llegar a casa
nuestra niña
habrá aprendido una letra más del abecedario
y que con esas "llaves"
abrirá el grifo del sentido
y que con esas palabras
algún día
podrá llegar
hasta un corazón sin sangre
en el cual
vos y yo no estaremos
o sí
pero eso no importa.
puedo sentarme en la silleta del balcón
y ver como los tilos
empiezan a sudar otoños,
nervaduras sin clorofila,
sólo la dignidad de la luna
empujando las olas
como quien espera en la estación
el fantasma diésel de una locomotora.
Despunta el alba,
las camas van quedando vacías,
sábanas revueltas
por las máquinas de lavar,
nada más real que un abrazo,
me dice una voz.
¿Oís?
No creo en los poetas,
pero sí en la poesía,
ráfagas que aparecen
como un cosquilleo en las manos,
"¿a quién llamar?"
Queman,
los diez dedos,
las diez almas,
los diez secretos
¿Diez?
Recuerdo,
la guitarra que se estrelló contra el suelo,
cuando tenía ocho años,
de ahí quizá,
mi sordera hacia los instrumentos,
la panza se abrió,
con una cuchillada seca de silencio.
Era un regalo de mis padre:
"Mi hijo, el doctor"
Gran fracaso,
pocas recompensas
por andar a pie en las autopistas.
"¡Se llega!, ¡Se llega!"
grita el hornero,
apodo de tal...
uno se trenza
con una mantis
a todo o nada,
para encontrarse
alguna vez
ahí,
entre esos brazos que hacían que el mundo
cobre un sentido,
unos segundos de eternidad
más acá o allá,
no importa
pero unos segundos al fin.
Guitarra suicida,
casas perdidas,
perros muertos,
sopapos
airosos
domingos sin manteles
apenas un lugar para rezar.
Con el paso de los años,
conocí escritores
que hablaban de sus libros
y de sus bibliotecas,
volúmenes ordenados
por obsesiones ingeniosas:
laberintos,
traiciones,
sistemas,
venenos
y detuve el afán de saber más
porque si algo me aturde
es la pasión con prisión
domiciliaria.
¿Cuánto espacio necesita la asfixia?
Las deudas
son mis candidatas favoritas,
ellas se enamoran al instante,
les agrada pasear en automóviles
y hacen el amor
aún estando resfriadas.
Podría continuar en el poema,
imaginarme
en la cama de un hospital
atado
a la espera de la dosis letal
o bien
subrayando un libro de caballería medieval
y enterarme ahí
que la reina Ginebra
fue raptada,
o saber que al llegar a casa
nuestra niña
habrá aprendido una letra más del abecedario
y que con esas "llaves"
abrirá el grifo del sentido
y que con esas palabras
algún día
podrá llegar
hasta un corazón sin sangre
en el cual
vos y yo no estaremos
o sí
pero eso no importa.
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