Pintar una pared
puede ser un acto rutinario,
como decir te quiero,
como ir de compras
como...
pero más allá
de la pared,
hay un espíritu
que necesita revolcarse
en otro medio
para expresar un color-dolor,
en este caso
blanco, verde o gris
formas
que nos abrigan del frío o del calor
de un espejismo.
Estoy frente a una pared,
yo mismo,
ahí
deteriorado
por tantos te quieros
encubiertos
por una red ferroviaria de premios y castigos,
locomotoras del infierno
si es que las hay,
con estaciones plagadas de seres desconocidos
u olvidados
¿qué mejor que unos lentes oscuros?
y vamos,
vos, yo,
pincel el mano,
blanco que chorrea
el esperma de la dicha
y los aullidos de una vida
que nos dice,
ahí pasa un tren,
la víspera
de eso que llamamos
felicidad,
un par de zapatos nuevos
que nos permiten
salir
de los otros,
como caballeros medievales
en busca de aventuras,
sucesos
que acontecerán de por si
porque la pared,
el alma,
la vida,
son puentes colgantes
que van del más allá
al más acá
como una tormenta
que nos obliga a refugiarnos
y de repente
viene hacia nosotros
y a los saltos
una rata gris
de cola larga
y ante la magnitud del regalo
huimos despavoridos
para no escuchar el chillido
del roedor
hambriento.
Estoy ante una pared
descascarada,
ante la inmensidad de un cielo
sin estrellas,
ante mi mismo,
ahí
pincel en mano,
brocha desordenada
por la constante e imperiosa
sin razón
y me dice
esa inmensidad
que necesita de mi para curarse
como yo de ella
y transformarnos en un centro imaginario
donde
alguna vez
vos
y yo
estuvimos de acuerdo
(o eso nos dijimos)
y mientras veíamos
llegar a los temerarios del silencio,
vimos al gran Vallejo
cruzar
las vías del tiempo
e internarse en lo profundo
de un relámpago.
Entonces,
pinto.
1 comentario:
Hola Andrés. Alguna vez, hace años, fuimos compañeros de trabajo en la librería santa de. Muy poquito tiempo, pero aún recuerdo algunas charlas con vos los miércoles a la noche, cuando salíamos a las 22. Me encanta lo que escribís. Cada tanto entro.
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