lunes, 4 de mayo de 2020

Los ojos de Mayo, 

se cierran

ante la muerte 

de mi padre.


Fue un día 

como cualquier otro.


Una fuerte tos, 

la soledad de una habitación, 

y el barrio del Once, 

dieron 

el golpe final 

a un hombre 

que lloró

día y noche

por amor. 


Recuerdo 

la última vez 

que nos vimos, 

él estaba acostado

con las manos enfundadas

en una manta de lana,

apenas movía el cuerpo.


El médico del geriátrico,

dijo

que mi padre 

estaba grave 

y que me prepare

para el adios.


El médico 

hablaba con una indiferencia

casi teatral, 

claro, 

tantos años

entre viejos desdentados 

y olor a pis...


Mientras lo escuchaba, 

vi a mi padre

vestido

con un sobretodo color camello

cruzar una diagonal imaginaria

hasta el centro 

de mi infancia.


Yo con doce o trece años, 

él con cincuenta y pico,

su paso firme

y su mancha rojiza 

en una de sus mejillas,

me hicieron

correr hacia él 

para advertirle 

que más adelante,

estaba el derrumbe

de toda una vida.  


Él sonrió

y aceleró la marcha

dejando 

una herida

que hasta hoy

sangra.

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