viernes, 20 de diciembre de 2019

Los colores 
acompañan el movimiento.

Los vidrios de la ventana
están sucios.

Marcas 
de nuestra propia infancia.

El zorro blanco
está herido.

Sangre, 
entre vos y yo.

Días calcados.

Sobre la mesa
papeles garabateados.

Nada extraordinario.

Una nota,
no altera el pulso del tiempo.

Algo sobrevuela la casa.

Una langosta extraviada
por la luz de la lámpara.

Metáfora de una vida,
me digo,
mientras acomodo huesos
en el placard.




El dinero
hubiese sido otra opción.
¿saludable?

No más colchones manchados,
plagas en la cocina,
tiempo cercado por 25 metros cuadrados.

Un auto en condiciones,
rutas,
mar,
hoteles.

Como hacen ellos.
¿Ves?

El corazón tiene habitaciones vacías.

viernes, 11 de octubre de 2019


Encontré
muertos a los peces.

Misterio y Leyenda,
panza arriba hacia el Cosmos.

Estómagos 
saturados de alimento.

Tenía 10 años 
y padre
traía
una bolsita con dos pececillos.

Veterinaria  Dog-Dog.

La dejamos apoyada 
sobre la mesada de la cocina.

Ellos estaban asustados,
la superficie del agua
los situó en el centro 
de la escena.

Abuelo vivía 
con nosotros, 
y entendió todo
como un juego de niños.

A él también, 
le fallaron las cosas.

Fui por una tijera
y  en segundos 
los animalitos estaban 
en el piso.

Se me empaparon las medias.

Por años escuché
el plock - plock
de las aletas
sobre el esmalte de la muerte.

Reconstruir el mundo 
a partir de fragmentos.

jueves, 10 de octubre de 2019

Demolieron la casa de mármol negro.

Ahí, 
entre padre, madre y hermana
pasamos algunos años.

Siempre 
agobiados por embargos 
y cartas documentos.

Momentos de felicidad:
dos patios interiores, 
una terraza, 
dormitorios para esconder tesoros, 
una porción de tierra 
donde tiempo atrás,
habían enterrados a los perros.

Espíritus amables,
arriba,
abajo,
escaleras.

Baños, 
acá y allá.

Tuvimos que dejar la casa
y amoldar la tristeza
a un núcleo de cuatro.

Padre, madre y hermana
a la deriva
junto con mis primeras preguntas
de amor.

Hablamos poco de eso.

Recuerdo 
los mates de leche 
que me llevaba madre
a la cama.

La tetera 
de pico largo
con marcas de fuego.

El vapor de la nata
empañando los ojos.

Atrás,
un pizarrón
con cálculos matemáticos
de un niño,
con cuerpo de grande.

La topadora llegó después,
los cuatro,
ya habíamos aprendido a nadar.

Pudimos abrazarnos 
y dejarnos caer 
entre los escombros, 
como lombrices
asustadas.

O saltar
hasta encontrar un rascacielos.

Nada de eso sucedió.
No para los 4.
No para mí.


Volví al barrio varias veces.

Eso me pasa.
Vuelvo.

Cuando vi la casa de mármol negro 
derrumbada,
junto a camiones de hormigón 
que entraban en el terreno
y aplastaban
lo poco que quedó de nosotros
me dije:
son ellos, los perros.

Alguien tenía que vengarlos.

martes, 8 de octubre de 2019

Como un gusano
viajando de Oriente a Occidente
entre cajones
entre el ojo y la ceja
pálido
traducido a cien idiomas
por la suela del zapato
que atraviesa
al testigo
sin argumentos.

martes, 24 de septiembre de 2019

Era el año 1983. 

Llevaba orgulloso
un prendedor
de nuestro presidente.

Estábamos 
en la estación de subte.

Tuve miedo.

Pensé que alguna fuerza superior
podía arrojarme a las vías.

Heredamos
un kiosko
en un complejo polideportivo
al que llamábamos 
"el parque".

25 hectáreas 
rodeadas de eucaliptos 
e inmortalidad.

Pasábamos los veranos ahí. 

Adoraba esa casita prefabricada 
en donde armamos
el negocio.

La bandeja de golosinas, 
la heladera con las 8 puertas de madera, 
la cortadora de fiambre, 
las vitrinas...

Líneas de fuga 
para una niñez  
de pocos amigos.

Me sentía parte de un acertijo: 
un niño que aprendió a leer
la hora 
en un reloj de manecillas, 
mientras miraba un partido de bochas.

La casita prefabricada
continuaba
en una estructura de chapa
rectangular
con ventanales y mostradores, 
regalo 
de una marca de bebidas colas.

A veces, 
la usábamos de depósito 
otras, 
como despacho rápido de minutas.

Una noche, 
alguien entró
y robó mi bicicleta 
Peugeot.

La infancia 
comenzaba a desaparecer.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Hoy es tu cumpleaños.

La muerte tiene eso también,

imaginar un color de camisa
que iría con vos.

Todavía puedo oler

el perfume 
del jabón blanco
en tu cara afeitada.

Las uñas,

crecen
a pesar del fuego.

Me veo
en sueños, 
extendiendo tus dedos
y resistiendo 
la parquedad de la vejez.

Una tarde

fuimos a dar una vuelta.

El geriátrico era una cárcel para todos.

Yo empujaba
la silla de ruedas
y me preguntaste
en qué panadería
compraba 
los sandwiches de miga.

Vos hablabas

con los banqueros del tiempo,
aquellos que alguna vez
te prometieron el paraíso.

La verdad 

vuelve
a quienes la practican.



viernes, 20 de septiembre de 2019


El Tarot 

me devuelve El Colgado.

Esfuerzos extras.

Sacrificios.
Aire.

Un globo de helio 
suspendido 
en un película de terror.

El protagonista 
tiene una pista:
la casa de mármol negro
fue construida 
por un tal Nathanson.

Atrás, 
placares comunicantes, 
una perra pelirroja
y la adrenalina 
del último round.

"Esto sucede 
cuando se pierde el guión", 
murmurás. 

Tu piel, 
me impide gritar.

jueves, 19 de septiembre de 2019


Vamos a la plaza.

Nuestra hija
se monta a su bicicleta.

Es una experta conductora, 
esquiva bolsos y termos.

Su figura 
agiganta el paisaje.

Niños y niñas
aquí y allá.

Algunos comparten 
un rayo de sol
otros, 
juegan a las escondidas.

Me recuesto
sobre el césped.
Me dejo llevar
por el movimiento 
de las nubes.

Nuestra hija,
se encuentra 
con unas amigas
y plantean 
una mancha venenosa.

"¿Pudiste ver las ofertas de las calzas?"
"¿Cómo que tu  hermano no puede cuidar a Ema el lunes?"

Ráfagas de adultez
presagian la catástrofe.

Las horas de la tarde
traen 
una fiesta de harina y azúcar.

Nada que nos interese a vos y a mí,
pienso.

Nuestra hija 
hace una pirueta 
en un trepador.

Es maravilloso
ver
como todavía
su cuerpo está comunicado
con un Todo.

¿Lobo estás?

martes, 17 de septiembre de 2019

Nuestra historia 
de la víbora
nos hacía reír.

Íbamos 
en el tren,
con las cabezas 
por fuera de la línea 
permitida,
y creo que vos fuiste
la primera en decirlo:

"ahí está la casa de la víbora".

Éramos inocentes, 
nuestro animal 
no tenía color
ni fama.

Velocidades 
entre los 6 y 10 años.

Vestías un jogging de algodón 
ancho y rosado, 
yo,
no me acuerdo.

Ropa de feria.

Las plomasas
eran puentes de paredes
de cemento
con forma de medialuna invertida,
que el convoy atravesaba
antes 
de llegar a la estación Sarandí.

¿Eran dos?

¿Te acordás?
Mi fiebre infantil
no era urgente.

Había otros planes:
comernos el estómago,
pasear los domingos
en el Falcon verde.

En el camino de conchillas, 
un verano, 
lo supe:
sólo necesitaba
que me vieran 
trepar los escalones de esas gradas.

A metros, 
está la urna 
con restos 
de aquella indiferencia.

A los pies de un árbol,
las hojas 
descomponen los recuerdos.

Nada que no sepas, 
allá donde te encuentres.

A nuestra hija
se le cayó 
su primer diente.

Una ventanita
para su nueva sonrisa.

El pequeño titán
abandonó
su refugio de sangre
y fluidos.

El hada vendrá por él 
y por nosotros.

Nuestra hija 
se demora con una manzana.

Pocas cosas
me hicieron tan feliz.


lunes, 16 de septiembre de 2019


"No escribas poemas de corrido". 

Eso dijiste, 
antes de mostrarme 
tu espalda 
en aquel sueño.

Estábamos en el pasillo de un hospital  
y te había traído una revista 
para la noche.

Era el piso 14.

¿Vamos a fumar?

Un médico nos llamó
y dijo algo sobre tu mano, 
tenías una especie de tumor 
maligno.

Supe que años después 
esa misma enfermedad 
la sufrió tu hijo.

Alguien pasea 
la mano amputada
en una camilla.

Algo me dice
que debo despertarte.


De chico 
mataba sapos.

Cientos. 

De chico, 
veía un terreno baldío 
donde tiempo después
un vecino murió electrocutado.

Nunca pude darte la mano
cuando salíamos de paseo.

Un escalofrío 
corría por mi espina dorsal.

Tampoco vi a mi padre 
darle un beso a mi madre.

La casa de mármol negro 
era una trampa para ratas.

Rezo:

Un niño grande 
con un tic en el ojo
y una completa indiferencia al amor.


Algo te asustaba
tiempo después de la muerte
de tu padre.

Su cuerpo tieso,
cubierto de neblina.

Y me dijiste,
que él había llorado
día y noche por su esposa,
y que se entregaba con un humor de perros
al aseo cotidiano.

¿No?

En la cocina
a las tres de la mañana,
te veo sentada en la mesada de granito.

Tus ojos
¡esos!
de vidrio y fuego
me perforan la garganta.

Nada que no hayamos hablado
en nuestras caminatas,
allá
cuando sonreías
y nos abrazábamos
debajo de los tilos.

A veces te sueño
y no sé qué decirte.



jueves, 5 de septiembre de 2019

Una pareja de palomas
anidó 
en nuestro balcón.

Ella
preparó un nido 
con ramitas
traídas
de allá y de acá.

El frío 
tiñe de negro 
la espera.

Ella empolla
un único huevo blanco.

Sus ojos 
atentos 
a nuestros movimientos
la hacen volar. 

La vida
teje su transparencia
en los márgenes del tiempo.

Soñé
con una voz
que me decía:
"la muerte es la ausencia de palabras."

Ella está ahí,
ofrendando su calor
de ave
a lo invisible de un instinto.

Cierro los ojos
y  me cubro 
con una manta de lana.

jueves, 29 de agosto de 2019

Cables


Haber dormido 7 horas
me trae alivio.

Las autopistas
son tibias playas
donde apoyar los pies.

Estoy parado en la puerta 
de una habitación 
en el medio 
de una ruta Interestatal.

Tengo 25 años menos, 
visto de pizza man 
y una mujer se acerca 
para recibir su pepperoni.

¿Qué sucede?

Nuestra hija me tuerce la muñeca
y me pide que siga leyéndole el cuento.

Una presencia ancestral
choca con lo presente.

¡Bang! 

Las palabras son tramposas,
sólo las hadas
saben qué hacer con ellas.

Nuestra hija cierra los párpados
y me suelta la mano.

Caigo sobre tu cuerpo
y lo abrazo.

Estoy en paz.




miércoles, 28 de agosto de 2019


Cuando no puedo dormir, 
me subo a las autopistas 
a gran velocidad.

Allí, 
estoy en la fila de un supermercado
y en la espera por pagar, 
me enamoro de la cajera.

¡Ay de mí! me digo, 
entre idas y venidas
de sábanas caídas. 

¡Ay de ti! 
bella mujer

Sólo llevo 
un paquete y una botella.

Espero que este amor
repare nuestras roturas,
antes de preguntarte
sí recibís cupones de descuento
extras larges, 
o de contarte que leí un poema
de un tal René Char...

Me fui con la compra,
por una puerta giratoria
sin saber  
qué hacer.

viernes, 12 de abril de 2019

Leo a ciertos poetas
y creo en ellos.

Poetas:

¡Abran las puertas de mi corazón!


Poetas:

¡Dejen pasar a mis hermanos y hermanas!



Teixeira de Pascoaes, a tu salud!

No me hables de los sueños.

Tu padre ha muerto,
y te ha dejado un puñado de papeles deshechos,
una billetera estropeada
y una tónica manera de relacionarte.


¿Es eso?
la distancia entre palabras,
tu aridez,
los mapas mentales.

Te vi
trepado a las ramas de un árbol
fumando una pipa.

La luz del sol
enceguecía tus ojos.

Huías.

Hay algo vivo en vos.



jueves, 11 de abril de 2019

Desmayo



Había un río, 
una pequeña población de intrusos, 
un perro de pelaje multicolor
y una enredadera
cubriendo mis arterias.

¿Alguien me escucha?

Dos mujeres estaban frente a mí, 
parecían bajadas de un Cerro,
vestían polleras largas 
y las emplomaduras de oro 
de sus dentaduras
me dieron una coordenada.

"Todavía estoy acá", 
en la esquina de Rivadavia y Pueyrredón, 
con la camisa empapada de sudor, 
temblando, 
a la espera.











sábado, 26 de mayo de 2018


Contadas veces los vi juntos.

Conservaban una apariencia
de hermanos.

Había algo en sus cabezas.

Siempre me pregunté
quiénes eran.

Recuerdo navidades
de grandes comensales
con animales dorados
y manos repletas de grasa.

Risas.

Estaban contentos,
podían jugar a las escondidas.

Una noche
los vi entrar de la mano
en un bosque.

Ya habían perdido los dientes.

Uno tenía una prótesis en la cadera y una mancha en un riñón.
Otro, un cáncer en el hígado.

Dejaron de hablar llegando a esa casa
de tejados verdosos.

El abuelo cortaba leña.
La abuela completaba el álbum familiar con fotos de sus hijos queridos.

¿Viste sus manos?

Y bajo una lluvia de fuego,
aullaron.

martes, 22 de mayo de 2018

La Dama


                              
Sé que tuvo décadas felices,
donde nadie sabía a qué se dedicaba,
años en los que vestir un traje caro
y repartir tarjetas personales
era un pasaporte al infierno.

Creo que nunca lo vi
leyendo un libro,
tampoco lo escuché
hablar de fútbol.

Eso sí:
los amigos poderosos
y los gastos extravagantes
le fascinaban.

Una vez me dijo:
“fijáte siempre en la Naturaleza”.
Después se sumergía en papelitos
con números y cuentas imposibles:

Un millón para mamá,
Un millón para…

 Nada funcionó.

Los años pasaron
y las cosas se fueron perdiendo:

Casas,
Autos,
Oficinas,
Ropa,
Amigos,
Hijos,
Amor,
Dientes.

Los papelitos con las cuentas
no dejaron de existir:
Un millón para mamá,
Un millón…

Mientras:
Idas y vueltas a las guardias de los hospitales públicos,
Él con los ojos extraviados,
y un jogging manchado de pis.

“¿Dónde está mamá?”
“¿Está enojada mamá?”

Hasta que a los 80 años
se cayó y terminó
en un geriátrico del barrio del Once.


Vio morir a varios de los ancianos que vivían ahí,
lloró día y noche,
se quejaba del sinsabor de la comida,
del mal gusto de todo lo que lo rodeaba.

“¿Está enojada mamá?”

Siento su mano en mi espalda,
dándome un envión,
yo con 10 años,
montado en una bici sin rueditas,
Él con 45.

Cuando lo vi muerto en su cama,
pensé en eso.