martes, 24 de septiembre de 2019

Heredamos
un kiosko
en un complejo polideportivo
al que llamábamos 
"el parque".

25 hectáreas 
rodeadas de eucaliptos 
e inmortalidad.

Pasábamos los veranos ahí. 

Adoraba esa casita prefabricada 
en donde armamos
el negocio.

La bandeja de golosinas, 
la heladera con las 8 puertas de madera, 
la cortadora de fiambre, 
las vitrinas...

Líneas de fuga 
para una niñez  
de pocos amigos.

Me sentía parte de un acertijo: 
un niño que aprendió a leer
la hora 
en un reloj de manecillas, 
mientras miraba un partido de bochas.

La casita prefabricada
continuaba
en una estructura de chapa
rectangular
con ventanales y mostradores, 
regalo 
de una marca de bebidas colas.

A veces, 
la usábamos de depósito 
otras, 
como despacho rápido de minutas.

Una noche, 
alguien entró
y robó mi bicicleta 
Peugeot.

La infancia 
comenzaba a desaparecer.

No hay comentarios: