lunes, 16 de septiembre de 2019
Algo te asustaba
tiempo después de la muerte
de tu padre.
Su cuerpo tieso,
cubierto de neblina.
Y me dijiste,
que él había llorado
día y noche por su esposa,
y que se entregaba con un humor de perros
al aseo cotidiano.
¿No?
En la cocina
a las tres de la mañana,
te veo sentada en la mesada de granito.
Tus ojos
¡esos!
de vidrio y fuego
me perforan la garganta.
Nada que no hayamos hablado
en nuestras caminatas,
allá
cuando sonreías
y nos abrazábamos
debajo de los tilos.
A veces te sueño
y no sé qué decirte.
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