lunes, 14 de diciembre de 2020

No vas a volver. 


'Te fuiste 

sin  despedirte de los juguetes.


Todo quedó en los embargos.

En los camiones de mudanzas.

En los abogados.


En vos

 funciona otra ecuación: 

no hay más amor, cariño.

para qué insistir.


Junto tus cosas,  

en cajas 

y las llevo al correo.


Ellos sabrán qué hacer.


Yo,

dejé el tabaco.

 Las horas son actos de fe.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

 

Me gusta 

habitar espacios 

pequeños.


Moverme 

entre distancias

minimalistas.


Tejer 

nuevas formas 

de relacionarme

con los objetos.


Las superficies

son engañosas,

a veces, 

creemos 

ver lo infinito

en cientos 

de metros cuadrados.


Un relámpago,

no resiste

su propia tormenta.

lunes, 2 de noviembre de 2020

 

Cartomancia.


Los Arcanos Mayores 

del Tarot de Marsella,

espejan 

rostros pasajeros 

de lo eterno.


El Loco,

contorsionista nato,

carga la bolsa

con la totalidad del Tarot.


El Mago,

tiene en su mesa

todos los elementos

y a la vez ninguno.


La Papisa,

remarca su palidez 

ante el libro de la Vida.


La Emperatriz, 

personaje temible, 

si es que lo hay, 

desnuda 

el corazón del Enamorado.


El Emperador, 

se apoya en un trono

sin reino.


El Papa, 

el puente, 

el comunicador, 

el hacedor de un camino.


El Enamorado, 

está azorado

ante la presencia

del ángel de la muerte.


El Carro, 

la conquista, 

el principe 

que llega desde lejos.


El Ermitaño,

el sabio 

que se aventura

a los caminos.


La Justicia,

la espada que corta

lo que esta de más.


La Rueda de la Fortuna, 

la crisis, 

los cambios, 

dibujos de un horizonte

nuevo.


La Fuerza, 

el control 

de los instintos.


El Colgado, 

la meditación, 

podar el árbol familiar.


El Arcano XIII,

el cirujano alquímico.


La Templanza, 

el ángel de la curación.


El Diablo, 

lo instintivo,

lo profundo, 

lo creativo, 

el engaño, 

el embrujo del sexo.


La Torre Dios, 

el rayo, 

lo oculto

sale a la luz.


La Estrella, 

el lugar, 

Ibis, 

el pájaro sagrado.


La Luna, 

la madre cósmica,

la necesidad 

de aullar.


El Sol, 

el hacedor de la Vida,

un salto hacia adelante.


El Juicio, 

el nacimiento, 

la aparición, 

el llamado.


El Mundo, 

la danza eterna,

los elementos

se reúnen,

todo vuelve a empezar.


Entre ellos, 

tus preguntas.

 

Rata de agua.


Intuitiva, 

astuta,

desconfiada, 

leal, 

trabajadora,

chismosa.


Incompatible con el Caballo,

buena amiga 

del Perro.


Sobre la mesa

tres cartas: 

La Fuerza,

El Diablo, 

El Papa.


La Rata

pregunta:

¿Algo más?


Vas hacia lo profundo, 

tu misión es comunicar.  


Vas a encontrarte con miedos, 

 fracasos,  trampas, 

 mentiras, 

descomposición,

 farsas.


Vas a regresar

una y otra vez

a tu dolor...


Hasta que el Diablo 

libere a sus acólitos,

ellos 

te sanarán.


¡Claro que sí!

 

Sol en Leo.


Las manos

queman.


Una locomotora 

arrastra

vagones incandescentes.


Diálogos,

entre fantasmas.    


Me siento 

en un andén 

y para mi sorpresa,

los trenes

se cancelan.


No hay servicio

escucho.


La luna está en Tauro,

un nuevo comienzo...


Una muchacha 

se acerca

y me pide fuego.

 

En momentos difíciles, 

vuelvo a la poesía.


Los poetas

son como un cielo estrellado, 

uno puede encontrar

un abrigo 

ahí.


De noche,

el farol callejero

se enciende

y veo 

el contorno de un espejismo.


Somos caprichosos

lo sé, 

somos ingenuos

lo sé,

somos torpes

lo sé,

somos un abrazo 

debajo 

de un puente, 

lo sé.


¿No es extraño, 

extrañar?


domingo, 1 de noviembre de 2020

 

No tiene sentido

detener la caída.


Pocas cosas, 

siguen rodando 

en el tiempo.


Tal vez, 

el cuerpo amado

se queme 

en el recuerdo.


Entonces, 

un sueño:

el padre 

le dice al hijo

que alguna vez

fue feliz 

con una mujer.


Fundido a negro.


el único espectador

aplaude.

 

Hay gente en los parques.


Parejas de la mano

recreando el ritual

de lo efímero.


Nada que no hayas conocido, 

una vieja película de terror

con actores de cera.


Lo original de todo esto

es que alguna vez, 

hace tiempo,

el protagonista 

sacudió un revólver plateado

sobre la pelvis

de la enamorada.


Un flash 

del pasado,

deforma la escena

y  nada es lo que parece.


¿o si?


 Estás solo otra vez, 

compañero.

Te duele el pecho

y  lloras de noche.

Las madrugadas son largas, 

los ojos abiertos

hacia los tilos 

son tus únicos escudos.

¿únicos?


Hay pájaros nocturnos

que le cantan a la luna.


¿y usted?


lunes, 26 de octubre de 2020

 ¿Sabías?


a veces creo que el amor 

es como un barco de papel.


¿Entonces?


Nada por aquí, 

nada por allá...

lunes, 25 de mayo de 2020

Abejas


Los actos cotidianos
se nutren
de pequeñas modificaciones
casi sagradas.

Pulir un estante, 
fumar en el balcón, 
espiar a los vecinos.

Los pájaros
me visitan
y los tilos
meditan 
sobre la muerte repentina 
de las abejas.

En una cajita blanca
colecciono
esos vuelos de miel.

Ahora 
puedo jugar 
y verme 
con una lupa 
examinando ojos y antenas.

De niño,
solía revestir
las horas 
con este tipo de inspecciones.

Ah, eso sí,
éramos
pequeños,
vos,
estabas aprendiendo 
a patinar.
Yo,
en mi bici
daba vueltas a la manzana
los domingos,
tal vez,
un ancestro
de mi cajita mágica 
trenzó 
un hilo invisible
en nuestras vidas.

¿Quién sabe?
¿No?

jueves, 14 de mayo de 2020

 
¿Fue así?

La mesa redonda 
y los caballeros, 
el padre muerto, 
esa confesión, un juego mortal.

La casa 
tenía una pequeña 
ventana
de marcos verdes.

Dije, 
que volvería...

Y aquí
estoy,
cercado 
por el rencor
de las máscaras,
mientras
vos,
yo, 
dormimos 
a kilómetros de distancia.

¿Te das cuenta?

Las pesadillas,  
atornillan los pies 
de las estatuas.

Perceval,
contempló horas,
unas manchas de sangre en la nieve
y se dijo,
mientras 
los caballeros iban por él,
la pureza 
necesita 
la intensidad del contraste. 

Giraste en la cama, 
y tu espalda 
tenía unas marcas 
desconocidas.

El piso de la habitación
estaba helado, 
envidio la forma en la que dormías, 
abro la ventana
y a lo lejos

nuestro incendio.

lunes, 4 de mayo de 2020

Los ojos de Mayo, 

se cierran

ante la muerte 

de mi padre.


Fue un día 

como cualquier otro.


Una fuerte tos, 

la soledad de una habitación, 

y el barrio del Once, 

dieron 

el golpe final 

a un hombre 

que lloró

día y noche

por amor. 


Recuerdo 

la última vez 

que nos vimos, 

él estaba acostado

con las manos enfundadas

en una manta de lana,

apenas movía el cuerpo.


El médico del geriátrico,

dijo

que mi padre 

estaba grave 

y que me prepare

para el adios.


El médico 

hablaba con una indiferencia

casi teatral, 

claro, 

tantos años

entre viejos desdentados 

y olor a pis...


Mientras lo escuchaba, 

vi a mi padre

vestido

con un sobretodo color camello

cruzar una diagonal imaginaria

hasta el centro 

de mi infancia.


Yo con doce o trece años, 

él con cincuenta y pico,

su paso firme

y su mancha rojiza 

en una de sus mejillas,

me hicieron

correr hacia él 

para advertirle 

que más adelante,

estaba el derrumbe

de toda una vida.  


Él sonrió

y aceleró la marcha

dejando 

una herida

que hasta hoy

sangra.

martes, 28 de abril de 2020


Las hojas de los tilos
están amarillas.

Algunas,
todavía verdes,
resisten.

La tormenta
alenta la caída:
nervaduras y tallos,
se abrazan
antes del golpe.

La vecindad
se encarga
de barrer las veredas.

Están aterradas
ante el enigma del otoño.

Un gusano
se arrastra
entre la carne muerta.

Una paloma aplastada
por un automóvil
es un cuerpo obsoleto
en los cálculos
de la comuna. 

El gusano,
se contrae
ante la maravilla
de lo putrefacto.

¿Será así?

Pudimos
haber habitado otra sensación,
digo,
vos,
yo,
nosotros.

Nada,
que no nos hayamos dicho
ante los millones de peces
encerrados en el corazón.

jueves, 12 de marzo de 2020

Pintar una pared
puede ser un acto rutinario, 
como decir te quiero,
como ir de compras
como...

pero más allá
de la pared, 
hay un espíritu
que necesita revolcarse 
en otro medio 
para expresar un color-dolor,
en este caso
blanco, verde o gris
formas
que nos abrigan del frío o del calor
de un espejismo.

Estoy frente a una pared, 
yo mismo, 
ahí
deteriorado 
por tantos te quieros
encubiertos 
por una red ferroviaria de premios y castigos,
locomotoras del infierno
si es que las hay, 
con estaciones plagadas de seres desconocidos
u olvidados
¿qué mejor que unos lentes oscuros?
y vamos, 
vos, yo,
pincel el mano,
blanco que chorrea
el esperma de la dicha
y los aullidos de una vida
que nos dice,  
ahí pasa un tren, 
la víspera 
de eso que llamamos
felicidad,
un par de zapatos nuevos 
que nos permiten 
salir 
de los otros, 
como caballeros medievales
en busca de aventuras,
sucesos 
que acontecerán de por si 
porque la pared, 
el alma,
la vida, 
son puentes colgantes
que van del más allá
al más acá
como una tormenta
que nos obliga a refugiarnos
y de repente
viene hacia nosotros
y a los saltos
una rata gris
de cola larga 
y ante la magnitud del regalo
huimos despavoridos
para no escuchar el chillido
del roedor
hambriento.

Estoy ante una pared
descascarada,
ante la inmensidad de un cielo
sin estrellas,
ante mi mismo,
ahí 
pincel en mano,
brocha desordenada 
por la constante e imperiosa
sin razón 
y me dice
esa inmensidad
que necesita de mi para curarse
como yo de ella
y transformarnos en un centro imaginario
donde 
alguna vez
vos 
y yo 
estuvimos de acuerdo
(o eso nos dijimos)
y mientras veíamos 
llegar a los temerarios del silencio,
vimos al gran Vallejo 
cruzar 
las vías del tiempo
e internarse en lo profundo
de un relámpago.

Entonces,
pinto.

lunes, 9 de marzo de 2020

Jerga

Tiempo,
puedo sentarme en la silleta del balcón
y ver como los tilos 
empiezan a sudar otoños,
nervaduras sin clorofila,
sólo la dignidad de la luna 
empujando las olas
como quien espera en la estación 
el fantasma diésel de una locomotora.

Despunta el alba, 
las camas van quedando vacías, 
sábanas revueltas
por las máquinas de lavar,
nada más real que un abrazo, 
me dice una voz.

¿Oís?

No creo en los poetas, 
pero sí en la poesía,
ráfagas que aparecen 
como un cosquilleo en las manos, 
"¿a quién llamar?"

Queman, 
los diez dedos, 
las diez almas, 
los diez secretos 

¿Diez?

Recuerdo, 
la guitarra que se estrelló contra el suelo, 
cuando tenía ocho años, 
de ahí quizá, 
mi sordera hacia los instrumentos, 
la panza se abrió, 
con una cuchillada seca de silencio.

Era un regalo de mis padre:
"Mi hijo, el doctor"

Gran fracaso, 
pocas recompensas
por andar a pie en las autopistas.

"¡Se llega!, ¡Se llega!"
grita el hornero,
apodo de tal...
uno se trenza 
con una mantis 
a todo o nada,
para encontrarse 
alguna vez
ahí, 
entre esos brazos que hacían que el mundo 
cobre un sentido, 
unos segundos de eternidad 
más acá o allá, 
no importa 
pero unos segundos al fin.

Guitarra suicida, 
casas perdidas, 
perros muertos, 
sopapos 
airosos 
domingos sin manteles 
apenas un lugar para rezar.

Con el paso de los años,
conocí escritores 
que  hablaban de sus libros 
y de sus bibliotecas, 
volúmenes ordenados 
por obsesiones ingeniosas: 
laberintos, 
traiciones, 
sistemas, 
venenos 
y detuve el afán de saber más
porque si algo me aturde 
es la pasión con prisión 
domiciliaria.

¿Cuánto espacio necesita la asfixia?

Las deudas 
son mis candidatas favoritas,
ellas se enamoran al instante, 
les agrada pasear en automóviles
y hacen el amor 
aún estando resfriadas.

Podría continuar en el poema, 
imaginarme 
en la cama de un hospital 
atado 
a la espera de la dosis letal
o bien 
subrayando un libro de caballería medieval 
y enterarme ahí 
que la reina Ginebra 
fue raptada, 
o saber que al llegar a casa 
nuestra niña 
habrá aprendido una letra más del abecedario 
y que con esas "llaves"
abrirá el grifo del sentido
y que con esas palabras
algún día 
podrá llegar 
hasta un corazón sin sangre 
en el cual
vos y yo no estaremos 
o sí
pero eso no importa.

martes, 14 de enero de 2020

Un día,
van a terminar con nosotros.

Después de una larga resistencia,
siguen escapando de la luz.

De a dos o de a cientos, 
brotan de una mínima trinchera.

Nada parece detenerlas. 

Antes de las metamorfosis,
escucho sus plegarias. 

Son honradas por morir en combate,
algunas más que otras.

Y más atrás 
un cuerpo tieso, 
fue el lugar perfecto para esconderse.

viernes, 3 de enero de 2020



Creo en los toboganes.

Deidades de ascenso
y descenso.

La niñez y el  salto
curvados en el amor.

Los toboganes
se comunican con las estrellas.

De noche pían 
como pájaros de madera.

Durante el día se ocultan
en los recuerdos.

Hay toboganes temerosos,
otros, más valientes,
dan batalla a las hormigas.

Herbert Sellner,
fue su inventor.

Herbert Sellner,
murió en Minnesota.


Creo en los toboganes,
ellos nos conducen
al corazón de un poema.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Los colores 
acompañan el movimiento.

Los vidrios de la ventana
están sucios.

Marcas 
de nuestra propia infancia.

El zorro blanco
está herido.

Sangre, 
entre vos y yo.

Días calcados.

Sobre la mesa
papeles garabateados.

Nada extraordinario.

Una nota,
no altera el pulso del tiempo.

Algo sobrevuela la casa.

Una langosta extraviada
por la luz de la lámpara.

Metáfora de una vida,
me digo,
mientras acomodo huesos
en el placard.




El dinero
hubiese sido otra opción.
¿saludable?

No más colchones manchados,
plagas en la cocina,
tiempo cercado por 25 metros cuadrados.

Un auto en condiciones,
rutas,
mar,
hoteles.

Como hacen ellos.
¿Ves?

El corazón tiene habitaciones vacías.

viernes, 11 de octubre de 2019


Encontré
muertos a los peces.

Misterio y Leyenda,
panza arriba hacia el Cosmos.

Estómagos 
saturados de alimento.

Tenía 10 años 
y padre
traía
una bolsita con dos pececillos.

Veterinaria  Dog-Dog.

La dejamos apoyada 
sobre la mesada de la cocina.

Ellos estaban asustados,
la superficie del agua
los situó en el centro 
de la escena.

Abuelo vivía 
con nosotros, 
y entendió todo
como un juego de niños.

A él también, 
le fallaron las cosas.

Fui por una tijera
y  en segundos 
los animalitos estaban 
en el piso.

Se me empaparon las medias.

Por años escuché
el plock - plock
de las aletas
sobre el esmalte de la muerte.

Reconstruir el mundo 
a partir de fragmentos.

jueves, 10 de octubre de 2019

Demolieron la casa de mármol negro.

Ahí, 
entre padre, madre y hermana
pasamos algunos años.

Siempre 
agobiados por embargos 
y cartas documentos.

Momentos de felicidad:
dos patios interiores, 
una terraza, 
dormitorios para esconder tesoros, 
una porción de tierra 
donde tiempo atrás,
habían enterrados a los perros.

Espíritus amables,
arriba,
abajo,
escaleras.

Baños, 
acá y allá.

Tuvimos que dejar la casa
y amoldar la tristeza
a un núcleo de cuatro.

Padre, madre y hermana
a la deriva
junto con mis primeras preguntas
de amor.

Hablamos poco de eso.

Recuerdo 
los mates de leche 
que me llevaba madre
a la cama.

La tetera 
de pico largo
con marcas de fuego.

El vapor de la nata
empañando los ojos.

Atrás,
un pizarrón
con cálculos matemáticos
de un niño,
con cuerpo de grande.

La topadora llegó después,
los cuatro,
ya habíamos aprendido a nadar.

Pudimos abrazarnos 
y dejarnos caer 
entre los escombros, 
como lombrices
asustadas.

O saltar
hasta encontrar un rascacielos.

Nada de eso sucedió.
No para los 4.
No para mí.


Volví al barrio varias veces.

Eso me pasa.
Vuelvo.

Cuando vi la casa de mármol negro 
derrumbada,
junto a camiones de hormigón 
que entraban en el terreno
y aplastaban
lo poco que quedó de nosotros
me dije:
son ellos, los perros.

Alguien tenía que vengarlos.

martes, 8 de octubre de 2019

Como un gusano
viajando de Oriente a Occidente
entre cajones
entre el ojo y la ceja
pálido
traducido a cien idiomas
por la suela del zapato
que atraviesa
al testigo
sin argumentos.

martes, 24 de septiembre de 2019

Era el año 1983. 

Llevaba orgulloso
un prendedor
de nuestro presidente.

Estábamos 
en la estación de subte.

Tuve miedo.

Pensé que alguna fuerza superior
podía arrojarme a las vías.

Heredamos
un kiosko
en un complejo polideportivo
al que llamábamos 
"el parque".

25 hectáreas 
rodeadas de eucaliptos 
e inmortalidad.

Pasábamos los veranos ahí. 

Adoraba esa casita prefabricada 
en donde armamos
el negocio.

La bandeja de golosinas, 
la heladera con las 8 puertas de madera, 
la cortadora de fiambre, 
las vitrinas...

Líneas de fuga 
para una niñez  
de pocos amigos.

Me sentía parte de un acertijo: 
un niño que aprendió a leer
la hora 
en un reloj de manecillas, 
mientras miraba un partido de bochas.

La casita prefabricada
continuaba
en una estructura de chapa
rectangular
con ventanales y mostradores, 
regalo 
de una marca de bebidas colas.

A veces, 
la usábamos de depósito 
otras, 
como despacho rápido de minutas.

Una noche, 
alguien entró
y robó mi bicicleta 
Peugeot.

La infancia 
comenzaba a desaparecer.