lunes, 25 de mayo de 2020

Abejas


Los actos cotidianos
se nutren
de pequeñas modificaciones
casi sagradas.

Pulir un estante, 
fumar en el balcón, 
espiar a los vecinos.

Los pájaros
me visitan
y los tilos
meditan 
sobre la muerte repentina 
de las abejas.

En una cajita blanca
colecciono
esos vuelos de miel.

Ahora 
puedo jugar 
y verme 
con una lupa 
examinando ojos y antenas.

De niño,
solía revestir
las horas 
con este tipo de inspecciones.

Ah, eso sí,
éramos
pequeños,
vos,
estabas aprendiendo 
a patinar.
Yo,
en mi bici
daba vueltas a la manzana
los domingos,
tal vez,
un ancestro
de mi cajita mágica 
trenzó 
un hilo invisible
en nuestras vidas.

¿Quién sabe?
¿No?

jueves, 14 de mayo de 2020

 
¿Fue así?

La mesa redonda 
y los caballeros, 
el padre muerto, 
esa confesión, un juego mortal.

La casa 
tenía una pequeña 
ventana
de marcos verdes.

Dije, 
que volvería...

Y aquí
estoy,
cercado 
por el rencor
de las máscaras,
mientras
vos,
yo, 
dormimos 
a kilómetros de distancia.

¿Te das cuenta?

Las pesadillas,  
atornillan los pies 
de las estatuas.

Perceval,
contempló horas,
unas manchas de sangre en la nieve
y se dijo,
mientras 
los caballeros iban por él,
la pureza 
necesita 
la intensidad del contraste. 

Giraste en la cama, 
y tu espalda 
tenía unas marcas 
desconocidas.

El piso de la habitación
estaba helado, 
envidio la forma en la que dormías, 
abro la ventana
y a lo lejos

nuestro incendio.

lunes, 4 de mayo de 2020

Los ojos de Mayo, 

se cierran

ante la muerte 

de mi padre.


Fue un día 

como cualquier otro.


Una fuerte tos, 

la soledad de una habitación, 

y el barrio del Once, 

dieron 

el golpe final 

a un hombre 

que lloró

día y noche

por amor. 


Recuerdo 

la última vez 

que nos vimos, 

él estaba acostado

con las manos enfundadas

en una manta de lana,

apenas movía el cuerpo.


El médico del geriátrico,

dijo

que mi padre 

estaba grave 

y que me prepare

para el adios.


El médico 

hablaba con una indiferencia

casi teatral, 

claro, 

tantos años

entre viejos desdentados 

y olor a pis...


Mientras lo escuchaba, 

vi a mi padre

vestido

con un sobretodo color camello

cruzar una diagonal imaginaria

hasta el centro 

de mi infancia.


Yo con doce o trece años, 

él con cincuenta y pico,

su paso firme

y su mancha rojiza 

en una de sus mejillas,

me hicieron

correr hacia él 

para advertirle 

que más adelante,

estaba el derrumbe

de toda una vida.  


Él sonrió

y aceleró la marcha

dejando 

una herida

que hasta hoy

sangra.