sábado, 26 de mayo de 2018


Contadas veces los vi juntos.

Conservaban una apariencia
de hermanos.

Había algo en sus cabezas.

Siempre me pregunté
quiénes eran.

Recuerdo navidades
de grandes comensales
con animales dorados
y manos repletas de grasa.

Risas.

Estaban contentos,
podían jugar a las escondidas.

Una noche
los vi entrar de la mano
en un bosque.

Ya habían perdido los dientes.

Uno tenía una prótesis en la cadera y una mancha en un riñón.
Otro, un cáncer en el hígado.

Dejaron de hablar llegando a esa casa
de tejados verdosos.

El abuelo cortaba leña.
La abuela completaba el álbum familiar con fotos de sus hijos queridos.

¿Viste sus manos?

Y bajo una lluvia de fuego,
aullaron.

martes, 22 de mayo de 2018

La Dama


                              
Sé que tuvo décadas felices,
donde nadie sabía a qué se dedicaba,
años en los que vestir un traje caro
y repartir tarjetas personales
era un pasaporte al infierno.

Creo que nunca lo vi
leyendo un libro,
tampoco lo escuché
hablar de fútbol.

Eso sí:
los amigos poderosos
y los gastos extravagantes
le fascinaban.

Una vez me dijo:
“fijáte siempre en la Naturaleza”.
Después se sumergía en papelitos
con números y cuentas imposibles:

Un millón para mamá,
Un millón para…

 Nada funcionó.

Los años pasaron
y las cosas se fueron perdiendo:

Casas,
Autos,
Oficinas,
Ropa,
Amigos,
Hijos,
Amor,
Dientes.

Los papelitos con las cuentas
no dejaron de existir:
Un millón para mamá,
Un millón…

Mientras:
Idas y vueltas a las guardias de los hospitales públicos,
Él con los ojos extraviados,
y un jogging manchado de pis.

“¿Dónde está mamá?”
“¿Está enojada mamá?”

Hasta que a los 80 años
se cayó y terminó
en un geriátrico del barrio del Once.


Vio morir a varios de los ancianos que vivían ahí,
lloró día y noche,
se quejaba del sinsabor de la comida,
del mal gusto de todo lo que lo rodeaba.

“¿Está enojada mamá?”

Siento su mano en mi espalda,
dándome un envión,
yo con 10 años,
montado en una bici sin rueditas,
Él con 45.

Cuando lo vi muerto en su cama,
pensé en eso.

sábado, 6 de mayo de 2017


Me invitaron a un cumpleaños

en una de esas casas modernas,

de jardines traseros y varios ambientes.


Mi compañera ya estaba ahí,

sentada en una mesa

repleta de cosas ricas para comer.


Nuestra hija se tiró de mis hombros

apenas llegó

y fue directo a una habitación

donde había un piano y otros instrumentos.


Me saqué los zapatos,

saludé al agasajado

y a muchos otros que no conocía.

Corrían las botellas 

y en una de esas di con un vaso

después con otro

y otro

hasta que pude sentirme

un poco más gusto conmigo mismo.


Hacía muchos años

que no estaba en una celebración

con personas desconocidas.


Esta situación

me hizo boyar por distintas conversaciones.


Entonces me senté en una silla playera

y 3 personas estaban hablando de las distintas

traducciones al español del Tao Te King.


Las 3 estaban apoyadas sobre sus botellas

que iban y venían

como una pelotita de ping pong en un mundial.


Del Tao Te King

pasaron

a los poemas de Carver.


El viejo Raymond

no fue bien tratado

y eso me hizo decir algo.


Uno de ellos me preguntó

qué hacía,

cómo me llamaba

a qué me dedicaba.


Respuestas imposibles.


Dije que me ganada la vida vendiendo libros,

que nuestra hija estaba entretenida en el cuarto de al lado

y que cuando tenía tiempo libre leía.


¿Qué leés?

Uff…

este punto 10 años atrás,

hubiera generado una catástrofe.


Miré hacia los costados

y di con un resto de bebida.

Me dije:

¡Diosa inmemorial

concédeme la gracia

de la discreción y la certeza!


¡No me abandones!


Pasaron unos segundos,

y otro de ellos

(el mayor)

mencionó un poema de Baudelaire

en el que un vendedor de vidrios

recibía una pedrada desde una ventana

y todo se iba al demonio.

¡Vale ese acto la eternidad en el infierno!

Concluyó.

¡Diosa inmemorial!

¡Nunca me abandones!